"El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir." EINSTEIN


viernes, 6 de abril de 2012

La ciencia traducida


El 25 de mayo de 997, los sabios Abû l-Wafâ y Al-Bîrûnî se pusieron de acuerdo para observar el eclipse de luna que tuvo lugar desde Bagdad y desde Kath (Asia central), respectivamente, lo que les permitió calcular la diferencia de longitud entre ambas ciudades.

Su saber era, como todos los saberes, en parte heredado y en parte construido por una civilización, la árabo-islámica, que puede vanagloriarse de nueve siglos de actividad científica: del VIII al XVI.
El año 610 es la fecha del surgimiento del Islam, cuando Mahoma empieza a predicar. Su muerte, en 632, diez años después de su huida de La Meca, da paso a un período de lucha por el poder y es el comienzo de la conquista. El Imperio musulmán se extendió por zonas que antaño habían acogido grandes civilizaciones: Mesopotamia, Palestina, Egipto, Persia... donde se cree que surgieron la escritura, las matemáticas o la astronomía. La coincidencia geográfica propició la recuperación de la tradición antigua, que se arabizó rápidamente, primero de un modo oral y después con la traducción de manuscritos de todas las disciplinas científicas y también filosóficos.
El núcleo de la civilización musulmana se situaba en lo que hoy en día son la Península Arábiga, Siria, Palestina e Irak, pero llegó a expandirse hasta Afganistán, Turkistán, el Magreb y España, e incluso el sur de Italia y el centro de Asia. No en todas partes la ocupación se mantuvo el mismo tiempo, pero es remarcable que hubo lugares que continuaron, una vez finalizada, realizando intercambios comerciales con el Islam. De hecho, es innegable que la maestría comerciante de esta civilización, que llegó a controlar la compra y venta en el Mediterráneo, fue una de sus grandes bazas, y explica en parte su tremenda expansión cultural.
En ese mundo, el saber fue codiciado como un tesoro en sí mismo, de modo que las búsquedas de manuscritos eran habituales. Se tradujo del griego, el siríaco, el persa y el sánscrito. De una misma obra de matemáticas, astronomía o filosofía podían existir distintas versiones en árabe, realizadas por uno o distintos traductores. El texto original no era intocable, y con frecuencia era corregido y completado. Sólo importaba el contenido, y se realizaba continuamente lo que hoy sería considerado plagio. Dicho proceso de asimilación experimentó un gran impulso a finales del s. VIII y principios del IX, gracias a la sustitución del pergamino y el papiro por el papel, mucho más económico. Y a la proliferación de bibliotecas, un fenómeno favorecido por la ausencia de derechos de autor y la mencionada introducción del papel.
Pero la ciencia en árabe no consistió sólo en traducciones, sino que los científicos investigaron y escribieron sus propios libros, en los cuales realizaron importantes aportaciones en física, química y medicina, entre otras disciplinas. La astronomía fue, por varias razones, una privilegiada entre las ciencias. Antes de la incorporación del saber antiguo existía una astronomía popular que conocía fenómenos cotidianos como las estaciones, la posición del Sol y la Luna y los movimientos aparentes de planetas y estrellas.
El culto de la religión islámica requiere saber cuándo hacer los cinco rezos diarios, hacia dónde está la Meca y en qué momento la Luna es creciente. En sus inicios, el desconocimiento implicaba recurrir a métodos poco precisos: la hora se establecía de día por la técnica del gnomon (desplazamiento de la sombra de un bastón fijo) y de noche por el movimiento de la Luna; la salida y puesta de determinadas estrellas informaba sobre la dirección a la ciudad sagrada; y la agudeza visual del observador indicaba la fase lunar. El afán por resolver estas tres cuestiones contribuyó, sin duda, al auge de la astronomía, pero no basta para explicarlo, pues una vez resueltas continuó siendo muy popular.
Las tradiciones astronómicas preislámicas más influyentes fueron la persa, la hindú y la griega. De Persia los musulmanes obtuvieron las tablas de Shahriyâr; de la India, herramientas trigonométricas como el seno de un ángulo; de Grecia, tratados como El Almagesto de Ptolomeo. Esta obra del s. II d.C. es un buen ejemplo de cómo el Islam incorporaba el saber antiguo: fue traducida primero a partir del siríaco y después del griego, del cual además se conocen tres traducciones distintas al árabe. Aunque se ha conservado hasta la actualidad mucha más información del legado griego que de otros, es un error pensar que la ciencia árabe sólo estudió esa tradición, pues bebió de todas las fuentes posibles.
No se sabe exactamente en qué momento las traducciones de textos preislámicos dieron paso a una actividad astronómica islámica. En el s. IX, en los estudios de astronomía se explicaba El Almagesto y los astrónomos árabes se dedicaban a comprobar la información teórica recibida de los griegos: se observaron y midieron la inclinación de la eclíptica, la longitud de un meridiano y la posición de estrellas y constelaciones, entre otros. También se dedicaron a cartografiar el cielo, y a realizar modelos planetarios y tablas astronómicas, donde utilizaron los conocimientos matemáticos adquiridos no sólo de los griegos, también de los hindúes y los babilónicos. Las tablas servían para resolver problemas cotidianos, pero también preveían fenómenos como los eclipses, que empezaron a observarse.
Los primeros instrumentos se construyeron a partir de información griega, como el astrolabio, que medía el tiempo y las distancias. El cuadrante solar, utilizado para determinar las horas de plegaria, se basó en el principio del gnomon. Una de las grandes aportaciones de la ciencia árabe fue la introducción de la experimentación como herramienta de conocimiento, completando la reflexión teórica, en la cual los griegos, como es bien sabido, excedían. Los observatorios tal y como los entendemos hoy en día, con su biblioteca y taller de instrumentación, comienzan a surgir a partir del s. XIII. Destaca el de Maragha (Irán), el de Samarcanda (Uzbekistán) y, ya en el s. XVI, el de Estambul (Turquía).
Otra razón que explica el avance de la astronomía, además de las necesidades del culto islámico, es la importancia que adquirió la astrología para adivinar el futuro. La oposición de las ciencias "serias" a la astrología no fue al conocimiento astronómico y matemático en el que se basaba, sino al uso que se hacía de él, uso que, por otra parte, tuvo numerosos seguidores en las altas esferas. Algunos califas tenían astrólogos oficiales y, de hecho, se recurrió a la astrología para escoger dónde ubicar la futura capital: Bagdad (año 762). El interés en esta área hizo que se tradujeran muchos textos antiguos sobre cómo conocer y prever el destino de los hombres.
Como en cualquier otra ciencia, el impulso más importante a la astronomía se lo dio el ansia por conocer y responder a las preguntas que surgían. Para los astrónomos árabes, existía además la necesidad de verificar el conocimiento heredado, de comprobar que lo que "les habían contado" era verdad.
Que el Islam no se limitó a apropiarse del saber antiguo y transmitirlo luego a Occidente, es una realidad a la que esta parte del mundo se resistió largo tiempo. Curiosamente, se tendió a centrar todo el mérito de la ciencia árabe a unos pocos sabios a los que se les suponía conocimientos en todas las materias: astronomía, matemáticas, filosofía, medicina, legislación islámica... Aunque alguno existió, supuso una maravillosa excepción, como fue en el s.XII el caso de Averroes, originario de Córdoba. Situada en Al-Andalus, la parte árabe de la Península Ibérica, Córdoba fue una de las metrópolis regionales importantes del Imperio musulmán, junto con Damasco en Siria, Bagdad en Irak y Kairouan en el Magreb.
La ciencia árabe llegó en el s. XI a la actual Europa. Viajó en el pensamiento de los viajeros, y los instrumentos y libros que estos transportaban. Su carácter universal y de eslabón en la cadena del saber científico es incuestionable.














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