"El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir." EINSTEIN


miércoles, 30 de junio de 2010

Los gustos musicales dependen de nuestra cultura

no algo de algo intrínseco


Desde tiempos remotos los expertos se han devanado los sesos sobre las razones que hacen a una combinación de notas musicales sonar agradablemente frente a otras que suenan de un modo que nos parece desagradable. En la Grecia Clásica se creía que la clave residía en las distintas proporciones entre la longitud de las cuerdas del instrumento musical. De este modo, mantener una relación matemática determinada dotaba a ciertos acordes una cualidad especial, casi divina.

Los compositores del pasado siglo, por otro lado, se inclinaban hacia la noción que los gustos musicales se basan en lo que se ha escuchado habitualmente.
Ahora, unos investigadores creen estar cerca de la verdad, e informan de sus resultados en Current Biology. Su estudio se basa en la evaluación de las preferencias de 250 estudiantes de Minnesota acerca de una cierta variedad de sonidos, tanto musicales como no musicales.
Según Josh McDermott, de New York University (NYU), la cuestión es qué hace de ciertas combinaciones de notas musicales más agradables o más desagradables. Según él ha habido muchas afirmaciones y teorías al respecto y puede que sea una de las preguntas más antiguas relativas a la percepción humana.
El equipo de la Universidad de Minnesota (Josh McDermott se trasladó desde allí recientemente a NYU) también incluía a Andriana Lehr y Andrew Oxenham. Estos investigadores consiguieron manipular tanto la relación armónica de frecuencias como la variación periódica de la amplitud de onda producida por la superposición de dos ondas de diferente frecuencia.
Recordemos que las frecuencias armónicas son múltiplos de la misma frecuencia elemental. Así por ejemplo, las frecuencias de 200, 300 y 400 Hz son todas múltiplos de 100 Hz. Aclaremos también el segundo concepto. Cuando dos sonidos diferentes pero de similar frecuencia se superponen las ondas sufren un desfase unas respecto a otras produciéndose un aumento y una disminución periódica de la amplitud de la onda, subiendo y bajando la intensidad del sonido que percibimos de una manera periódica y constante, con un "ritmo" interno que hace parecer que el sonido "tiemble".
Los investigadores descubrieron que los acordes musicales sonaban bien o mal dependiendo básicamente en si las notas tocadas producían frecuencias que estaban armónicamente relacionadas o no. El acople de frecuencias de dos frecuencias cercanas, tal y como se ha descrito antes, resultó que no era importante. Sorprendentemente la preferencia por las frecuencias armónicas era más fuerte en personas con experiencia previa tocando instrumentos musicales. En otras palabras, el aprendizaje musical juega un papel, quizás incluso primario en eso, según McDermott.
Todavía no se sabe si este resultado se mantendría al considerar personas de otras partes del mundo y, por tanto, de otras culturas. Pero según estos investigadores el efecto de la experiencia musical sugiere lo contrario. Los resultados sugieren que las personas de la cultura occidental aprenden a que les guste el sonido de las frecuencias armónicas, porque esa característica es importante en la música occidental.
Los oyentes con una experiencia musical diferente puede que tengan diferentes inclinaciones musicales. La diversidad de la música de otras culturas es consistente con esta idea. Según McDermott, los intervalos y acordes que son disonantes para el estándar occidental son comunes en otras culturas. La diversidad es la regla, no la excepción.
Esto puede que se pierda debido a que la cultura musical occidental empieza a ser dominante en las radios de todo el mundo. Cuando todos los chicos de Indonesia están escuchando Eminem termina siendo difícil saber la verdad.

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