"El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir." EINSTEIN


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Ciencia (o arte) de lo inadvertido

Una bala perfora el corazón de una manzana y hace que su pulpa estalle a su paso sin que el resto de la fruta parezca sufrir daño alguno. Otra bala escinde en dos un naipe de póquer y, a pesar del 'atentado', el rey de picas sigue sonriendo, como suspendido en el aire. Una tercera atraviesa tres globos consecutivamente: el primero queda hecho jirones, el segundo se ha abierto en canal y parece herido de muerte; es el tercero el último que ha atravesado la bala: unas aberturas a cada extremo parecen insuficientes para deslucir su figura oronda.

 Algunas de las imágenes más impactantes de la historia de la fotografía del siglo XX no siempre aparecerían en las primeras páginas de una antología del arte. Es difícil saber si eso ofendería a su autor: Harold Edgerton (1903, Fremont, Nebraska - 1990, Cambridge, Massachussets), ingeniero eléctrico y autor de más de cuarenta patentes relacionadas en su mayoría con la captura de instantes infinitesimales del movimiento.
Lo que sí parece claro es que para lograr ese arte hacía falta, sobre todo, una técnica muy elaborada. Y Edgerton se decidió desde muy joven a conseguirla. Después de estudiar en la universidad de Nebraska y licenciarse en ingeniería eléctrica, consigue matricularse en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT). Allí se familiariza con la luz estroboscópica ('flashazos' de luz repetidos de manera constante que apenas duran unas millonésimas de segundo), que marcarán su vida. Uno de sus primeras aplicaciones, fruto de un trabajo de fin de estudios, es el estudio del giro y la eficacia aerodinámica de las hélices de los motores.
Para ello, tiene que "colorear el aire" y lo hace con humo. Edgerton, como tantos genios, también camina subido a los hombros de gigantes de predecesores insignes, otros obsesos de la captura del instante. De hecho, el truco del humo era idea del francés Étienne-Jules Marey (1830-1904), inventor de una caja de humo para fotografiar las turbulencias que producía el aire en contacto con diversos objetos. Marey también había ingeniado un fusil fotográfico (en 1882), poéticamente cargado de placas fotográficas en lugar de balas. Pero el francés, científico como Edgerton, no era su única inspiración; también conocía bien los trabajos del anglo-estadounidense Eadweard Muybridge (1830-1904; curiosamente, las mismos años que Marey), que con sus famosas series fotográficas sobre el movimiento consiguió demostrar, por primera vez, que en algunos momentos, durante el galope, las cuatro patas de los caballos volaban sin pisar suelo (1878). Edgerton, por su parte, contestó al maestro logrando fotografiar por primera vez la imagen estática de un colibrí en vuelo, y así ayudó a calcular el número de aleteos por segundo, que en algunas especies alcanzan los 90 por segundo. Otras influencias evidentes son las de Simon von Stampfer, inventor de un primitivo estroboscopio, o de Joseph Plateau, autor del fenaquistiscopio, ambos de 1829. Edgerton patentará su propio estroboscopio en 1926.
Pocos años más tarde, fija su atención en los chorros de un grifo que gotea en su laboratorio del MIT. Ahí empieza su fascinación por los líquidos en movimiento. La imagen de una gota de agua rodeada de una corona de otras pequeñas gotas, a punto de desprenderse del líquido, es otro de los iconos made in Edgerton.
Ya en 1937, y en colaboración con el fotógrafo de origen albanés Gjon Mili, arranca una de sus etapas más productivas: usando un sistema de 'multiflash' (de hasta 120 disparos por segundo), fotografía un balón de rugby en el mismo instante en el que recibe una patada. La imagen muestra, junto a la parte superior del balón, unas pequeñas líneas borrosas. ¿Es que Edgerton no había sido lo suficientemente rápido para evitar que la imagen saliera movida? En absoluto: las líneas corresponden al polvo del balón, que ha quedado suspendido en el aire tras el impacto.
La captura del instante ofrece otros resultados inverosímiles. Logra fotografiar una bola de golf achatada, como si fuera tan blanda como una mandarina, o bates de béisbol que se comban como cuerdas antes de impactar en la bola. Algunas de esas imágenes sorprenderán a los lectores de la revista Life, con la que empieza a colaborar en esta época. Pero el éxito popular contrasta con sus repetidos fracasos para vender su concepto de flash electrónico a los grandes fabricantes de EE. UU.
La II Guerra Mundial provoca que gran parte del talento tecnológico estadounidense se encauce hacia su ejército. Edgerton recibe el encargo de diseñar una lámpara estroboscópica suficientemente potente para usarla en fotografía aérea nocturna (de hecho, servirá para preparar el Desembarco de Normandía). También colaborará con el Proyecto Manhattan, el esfuerzo tecnológico-militar de Estados Unidos, con apoyo de Canadá y Reino Unido, para conseguir la bomba atómica.
En esta oscura época colaborará también con la productora Metro-Goldwin-Mayer; incluso gana el premio Oscar al mejor cortometraje en 1940 por "Más rápido que un abrir y cerrar de ojos". Toda una obra maestra que aúna ciencia y un sentido del humor que le acompañará a lo largo de su vida.
Poco después de la guerra y hasta entrados los años cincuenta, consigue alguna de las series de fotografías más sorprendentes e hipnóticas. Por medio de una lente especial de 3 metros, emplaza su cámara dentro de un búnker a unos 11 kilómetros del lugar donde tendrá lugar la explosión, en pleno desierto de Nevada. La cámara empleada, una Rapatronic, era capaz de lograr una velocidad de obturación de tan sólo 1/1.000.000.000 de segundos. Como ningún obturador mecánico podía cerrarse y abrirse a esa velocidad, Edgerton se vale de dos filtros polarizadores y de una célula Kerr, que cambia la polarización de la luz cuando recibe energía y permite el paso por un brevísimo tiempo de la luz y la exposición de la película.
Así conseguirá apresar la explosión justo después de su inicio. El resultado: un bulbo luminoso que apenas alcanza los 20 metros diámetros devorando unos fantasmales y casi antropomorfos árboles de Josué. Las horrendas imágenes de Hiroshima y Nagasaki parecen tener en estas de Edgerton su único contrapunto, de una extraña hermosura.
Precisamente, estos avances técnicos y la colaboración con Defensa le animarán a formar, ya en 1947, la compañía EG&G, junto a sus antiguo estudiante Kenneth Germeshausen y su colega de estudios Herbert Grier, a los que más adelante se unirá un cuarto, Barney O'Keefe. Desde entonces, EG&G ha sido un proveedor habitual de servicios del ejército americano, desarrollando, entre otros, el Night Vision Device (NVD), aunque Edgerton se desvinculará de la empresa en 1975.
Pero también se interesa por los usos civiles de sus inventos. En 1953 se produce uno de los encuentros que más cambia su vida: conoce al oceanógrafo Jacques Cousteau. Para él y su buque Calypso desarrolla el 'pinger', un sistema que emite pulsos constantes (como vemos, el estroboscopio también tiene aplicación al ámbito del sonido) que permiten calcular con precisión la distancia del fondo marino del casco del buque. Y también diseña un tipo de sónar lateral de escáner, que permite la cartografía del fondo marino. Más adelante, en 1961, diseñará el 'boomer', otro tipo de sónar que permite el monitoreo sísmico del lecho marino.
También el mar es fuente de inspiración de uno de sus últimos inventos, la cámara submarina Edgerton-Benthos, que en 1985 se usará para fotografiar el pecio del Titanic. Este tardío invento da muestra de la gran actividad de Edgerton hasta sus últimos días; morirá solo 5 años más tarde, tras disfrutar de un almuerzo en el Faculty Club del MIT, que nunca dejó de ser su casa.
Suya es esta frase: "En gran medida, los resultados inesperados son los que más han inspirado mi fotografía". Resulta difícil deslindar qué parte de su trabajo tiene intención artística y qué parte es una segunda derivada de un propósito fundamentalmente técnico. Para José Gómez Isla, que ha comisariado una exposición sobre Edgerton para PhotoEspaña, "sin poder conocer hasta qué punto Edgerton era capaz de predecir las composiciones que aparecerían en sus imágenes, sí es posible constatar que no se conformaba con los primeros resultados". A juicio de este experto, Edgerton "repetía el experimento hasta obtener la imagen más sobrecogedora y fascinante que la tecnología disponible le permitía". El caso es que el mundo del arte lo acogió temprano, el Museo de Arte Moderno de Nueva York empezó a exponer obra suya ya en 1937, y su trabajo fue fruto de una gran retrospectiva, tres años antes de su fallecimiento, en el Centro Internacional de la Fotografía de la ciudad americana. Significara mucho la trascendencia artística de su arte o no, lo cierto es que siempre mantuvo una distancia irónica y humorística con su propio trabajo. Para muestra, el título que acertó a darle a la famosa imagen de la manzana y la bala: "Cómo hacer zumo de manzana en el MIT".

No hay comentarios:

Publicar un comentario