El trabajo, que se publica esta semana en la edición on line del American Journal of Physical Anthropology, se centra en el dedo pulgar, y concluye que tener una mano ligeramente corta con un pulgar relativamente largo es una característica primitiva que ya estaba presente en los simios extintos.
Tener un pulgar largo no estaría directamente relacionado con la evolución de una motricidad fina de las manos, como la que caracteriza a los humanos, sino a la capacidad de los simios fósiles de poder agarrarse a las ramas de los árboles de forma segura mientras caminaban.
No fue hasta más tarde que los simios desarrollaron adaptaciones para la ortogradía (la posición erecta del tronco) que permitió a algunos desplazarse colgándose de las ramas de los árboles (desarrollando manos largas con pulgares cortos) y a los ancestros de los humanos desarrollar el bipedismo. Gracias al hecho de caminar sobre las extremidades inferiores, las manos fueron liberadas en cuanto a la locomoción, y los humanos pudieron sacar el máximo provecho del pulgar para manipular objetos.
El pulgar largo es una adaptación primitiva
En general, los primates presentan unas manos para adaptaciones basadas en la locomoción y en la manipulación. En algunos casos, el pulgar no juega un papel importante en los desplazamientos, pero siempre cobra importancia en las actividades de manipulación. Esto hizo pensar durante mucho tiempo que el largo pulgar de los humanos era una adaptación evolutiva ligada a la capacidad de hacer cosas con las manos.
Sin embrago, el estudio muestra que tener un pulgar largo es una condición primitiva. Los simios fósiles del Mioceno (los primeros homínidos) hace entre 10 y 13 millones de años ya tenían un pulgar relativamente largo, como el de los humanos. En cambio, parece ser que los simios actuales (que son más grandes que los fósiles) son los que han evolucionado más en este aspecto, al alargar la mano y reducir la longitud del pulgar para poder suspenderse bajo las ramas.
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