Argentina está considerado el país con el
mayor número de psiquiatras y psicoanalistas per cápita del mundo; un
dato meramente estadístico que responde a la realidad concreta del país y
se traduce en la actitud de sus políticos. El psicoanálisis se basa en
la búsqueda de la razón o sentido del inconsciente, de tal manera que el
simple comportamiento habitual o corriente puede ser analizado para
dilucidar la forma de actuación de nuestro inconsciente. La política
argentina Post-Peronista (en sentido meramente cronológico, pues el
movimiento peronista es una constante en el país) tiene su origen en
este aspecto de la sociedad argentina, lo cual, por su cercanía, le ha
provisto de una cierta continuidad en la Casa Rosada, la residencia
presidencial de La Plata.
Enraizados dentro del movimiento
peronista se encuentran las últimas legislaturas y juras argentinas,
monopolizadas por la familia Kirchner. Sobre Néstor Kirchner, patriarca
familiar, elevado a los altares tras su muerte, se ha escrito mucho, y
su política, al igual que la continuación por parte de su esposa, se
basan en lo que podría ser considerado el “carpe diem político”
al inspirarse en la vía psicoanalítica, pero no a nivel personal o
médico, sino a nivel estatal y político. Los Kirchner psicoanalizan el
inconsciente colectivo argentino (aunque se trate de una ficción
considerar que la masa poblacional de un estado pueda tener un
inconsciente propio) para dilucidad qué es lo que Argentina, como ente
consciente, quiere o precisa en un momento concreto; y actuar en
consecuencia.
Esta circunstancia hace que la política
argentina sea frecuentemente tachada de “inestable” o cuanto menos
inconsistente. La deriva ideológica de los Kirchner ha dado muchos
cambios a lo largo de los últimos años, y lo que en los 90, con el
proceso privatizador de YPF y otras empresas argentinas se veía como una
necesidad, tintada con matices neoliberales como es cualquier
privatización; a día de hoy da un giro de 180 grados al realizar la
nacionalización por “interés nacional”. Este cambio político-ideológico
atiende a esta concepción de la política, y el año 2000, junto con el
corralito, marca el cambio de rumbo de Argentina. El que pretendía ser
un país moderno latinoamericano se topó con una serie de “fallos
estructurales” en el tejido industrial y económico estatal, pues si bien
las privatizaciones supusieron un ingreso de cash flow a las
arcas del estado, determinaron la dependencia económica extranjera,
tanto a nivel industrial como económica; lo que se tradujo en los planes
de ajuste del FMI. La mala gestión durante la era Medem de los recursos puso a Argentina en una situación de ahogamiento financiero,
ya que las deudas y la falta de liquidez estatal, así como las
obligaciones con el FMI, supusieron una devaluación sin precedentes del
peso y el aumento de la pobreza y la precariedad generalizada a todo el
país.
La situación económica del país supuso un
puente de plata para la llegada al poder de Néstor Kirchner, y su
distanciamiento del FMI, así como el reavivamiento del nacionalismo
argentino (tesis fundamental del peronismo más clásico) determinó las
bases de lo que parecía ser una recuperación económica viable; basándose
en una política económica extremadamente proteccionista, de un marcado
corte de izquierdas.
Lo que se vino en llamar el “milagro
económico argentino” parecía ser una constante de crecimiento, y la
gestión durante el primer mandato de Cristina Fernández avalaba la
continuidad en el modelo político iniciado por su marido. Sin embargo la
crisis económica internacional ha venido a destapar que, si bien el
nivel medio de vida argentino ha mejorado sustancialmente, durante los
últimos años ha comenzado a bajar bruscamente. Este bajón se
correspondió con la correspondiente bajada de popularidad de la
Presidenta, hasta el punto de ver peligrar su reelección. Los eventos
del “tren de las criadas” (el accidente ferroviario en la Estación de
Once, que costó la vida a 51 personas y dejó más de 700 heridos) mostró
la realidad a los argentinos, y es que el país se encuentra en una
posición de peligro, entendido como la dificultad para gestionar o
enfrentarse a situaciones no previsibles. La Presidenta, contra todo
pronóstico o savoir faire político básico no hizo acto de
presencia en el lugar del accidente ni realizó visitas a los hospitales
para visitar a los heridos; sabiendo que ello podría empeorar su ya
depreciada imagen pública.
La respuesta Kirchneriana a estos eventos
no se basó en la corrección de los problemas estructurales del país (al
borde de la quiebra y con más de 8 millones de personas, casi la cuarta
parte de la población del país, viviendo bajo el umbral de la pobreza)
sino en una concatenación de políticas ligadas a incrementar la
popularidad de la Presidenta. Uno de los ejemplos más característicos
fue el caso del “cáncer que no fue”; un diagnóstico de cáncer de
tiroides de la presidenta que resultó ser benigno, o el recrudecimiento
de las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña por las Malvinas. Las
islas Falkland, en inglés, ostentan el dominio británico desde hace ya
treinta años, y aprovechando el aniversario de la guerra, Cristina
Fernández discutió la legitimidad del dominio, dejando entrever la
posibilidad de acciones militares; lo que fue, y volvería a ser,
desastroso para el país de la Plata. Las islas, acogidas al régimen de
autodeterminación y descolonización de la ONU, permanecen en el
Atlántico Sur en un limbo jurídico insostenible; y ante la posibilidad
de “llegar a las manos” la misma Secretaria de Estado estadounidense,
Hillary Clinton, se auto-postuló como mediadora, ante la sorpresa del
Primer Ministro Cameron.
Unido a esto, llega la re-nacionalización
de YPF. La petrolera, saneada por REPSOL tras su privatización, fue
nacionalizada por ser considerada un “bien de interés nacional”, y la política nacionalizadora atiende a un discurso clásico populista, en busca de la “recuperación de la soberanía”.
Lo que no se dice sobre YPF es que recientemente ha descubierto un
yacimiento petrolífero sin explotar valorado, según los más pesimistas,
en más de 250.000 millones de dólares; al igual que el recién
descubierto yacimiento en las Islas Malvinas, cuya cuantía potencial de
explotación no ha sido publicada todavía.
La soberbia y ambición de Cristina
Fernández, así como sus altibajos emocionales (es muy propensa a mostrar
cierta ira en sus discursos, así como a emocionarse, hasta el punto de
llorar en público, especialmente ante la mención de su marido); hacen de
la Presidenta un elemento inestable en la política regional. Su defensa
a ultranza del nacionalismo peronista le ha valido recuperar la
popularidad en un país extremadamente influenciable por este tipo de
discurso; como ejemplo las manifestaciones de apoyo por YPF; y
ejemplifica el peso que la psicología tiene en el país. Sus cambios de
rumbo político desconciertan al mundo entero, hasta tal punto que entre
los cables de wikileaks se la describe como una persona psicológica y
emocionalmente inestable (Source: http://www.seprin.com/wp-content/uploads/2010/12/CABLES-CONFIDENCIALES-Y-SECRETOS-SOBRE-ARGENTIN-A.pdf ), o en literal como “una líder visceral, que sufre de nervios y ansiedad”.
Es sabido por todos que toma las decisiones en base a sus emociones, lo
cual contrasta con el método habitual de toma de decisiones políticas
de envergadura. Pese a todo, apoyada por su estrecho círculo de
allegados (no se relaciona con nadie fuera del mismo, la misma relación
con sus ministros se hace siempre a través de su hijo Máximo; llamado a
sucederle en un futuro próximo) determina un nuevo e incierto rumbo de
la política regional. La “Nueva Evita” como es ya llamada desconcierta y
encanta en su país, y marca un nuevo tipo de estudio político, no
basado ya en el análisis geopolítico o económico como es la orden, sino
en el psicoanálisis; el análisis del inconsciente colectivo a través de
sus líderes.
José Enrique Conde
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