Un estudio confirma la relación entre el amor romántico y las redes neuronales.
El amor no está en el aire, como decía la canción, sino sólo en nuestra cabeza. Un equipo de investigadores compuesto por un neurocientífico, un antropólogo y un psicólogo social, ha descubierto la relación neurofisiológica del amor con nuestros sistemas cerebrales por medio de imágenes de resonancia magnética.
Tal como explica la American Physiological Society en un comunicado, el estudio ha analizado las respuestas del cerebro de 17 hombres y mujeres jóvenes que se describían como loca y recientemente enamorados. Los resultados se han divulgado en el Journal of Neurophysiology.
Este estudio, que libera de todo romanticismo al amor limitándolo a impulsos eléctricos, señala además que el estado inicial del enamoramiento tiene más que ver con la motivación, el beneficio y otros aspectos causales del comportamiento humano, que con las emociones o con la atracción sexual. Según los investigadores, podríamos parecernos más de lo que creemos a otros mamíferos, puesto que en la elección de nuestras parejas a través del enamoramiento inicial- se ponen en marcha respuestas cerebrales similares a las de los animales, y el fin es instintivo: buscar la continuación de la especie a través de la transferencia genética.
No existe un patrón emocional
Una de las autoras del estudio, Lucy L. Brown, del Albert Einstein College of Medicine de Estados Unidos, señala que los humanos estamos construidos para experimentar sentimientos mágicos como el del amor, y que la investigación realizada ayuda a explicar por qué lo hacemos.
La mayoría de los participantes en el estudio mostraban claras respuestas emocionales, aunque no se ha descubierto un patrón emocional consistente, sino sólo mucha actividad en las regiones cerebrales relacionadas con la motivación y la consecución de un beneficio. Según los investigadores, esta es la primera recopilación de datos que confirman una relación entre el amor romántico y las redes cerebrales.
Desde este punto de vista, se podría describir por tanto el amor como una motivación o una orientación hacia una situación que se convierte en un objetivo y que provoca varias emociones específicas, como la euforia o la ansiedad. De esta forma, se entendería por qué los amantes muestran la necesidad imperativa de conseguir a su amado o amada y tienden a proteger sus relaciones.
La atracción sexual y el amor, dos cosas distintas
El estudio ha descubierto asimismo que las regiones del cerebro que se activan con el amor son diferentes a las que se activan en el caso de la atracción sexual. Esto se ha sabido porque cuando los investigadores mostraron a los participantes las fotos de sus enamorados, las áreas cerebrales de éstos se superpusieron sólo parcialmente con las áreas del cerebro asociadas con el deseo sexual.
Utilizando imágenes de resonancia magnética y otras fórmulas de medición, los investigadores han llegado a dos conclusiones principales. La primera señala que en su estado inicial, el amor romántico está asociado con regiones subcorticales del cerebro, relacionadas con la consecución de un beneficio y ricas en dopamina, una sustancia que produce una sensación de intenso bienestar cuya producción aumenta con el amor hasta en un 50%.
La segunda conclusión a la que se ha llegado es que el amor pone en marcha los sistemas cerebrales asociados con el impulso de conseguir un beneficio. Estas áreas del cerebro que se activan con el amor integran una gran cantidad de información relacionada con la memoria más temprana de cada persona y con su propia noción de la belleza. Se trata del área ventral tegmental derecha y del llamado núcleo caudado (uno de los tres componentes principales de los ganglios basales) dorsal del cerebro.
El romanticismo está a la derecha y la atracción a la izquierda
Para sorpresa de los investigadores, las regiones asociadas con el amor romántico e intenso están mayormente en el lado derecho del cerebro, mientras que las asociadas a la atracción facial se sitúan a la izquierda de éste. Se trata de una lateralización que hace plantearse a los científicos acerca de los procesos de aprendizaje y de memoria del cerebro humano.
Asimismo, los investigadores señalan que, con la maduración de la relación, entran en juego otras partes del cerebro, y que el dinamismo de las relaciones implica también cambios a nivel cerebral. Las imágenes de resonancia magnética han mostrado más actividad en el área del ganglio basal en el caso de personas con relaciones estables. En esta región se encuentran los receptores de la hormona vasopresina, que en ratones de campo se ha demostrado que resulta esencial para emparejarse.
La evolución de la activación de las diversas áreas cerebrales según se desarrolla el amor demuestra que los sentimientos iniciales de exaltación se transforman en cariño y apego, lo que supone que el vínculo que generan las emociones es mucho más poderoso que el de la atracción sexual por sí sola.
Los resultados del estudio sugieren además que el amor no activa una zona funcionalmente especializada del sistema cerebral, sino que más bien activa toda una constelación de sistemas neuronales que convergen en regiones dispersas del núcleo caudado creando un mapa combinatorio flexible y que integra múltiples estímulos emocionales. Todo un recorrido eléctrico que expresa un comportamiento humano sumamente complejo.
Tal como explica la American Physiological Society en un comunicado, el estudio ha analizado las respuestas del cerebro de 17 hombres y mujeres jóvenes que se describían como loca y recientemente enamorados. Los resultados se han divulgado en el Journal of Neurophysiology.
Este estudio, que libera de todo romanticismo al amor limitándolo a impulsos eléctricos, señala además que el estado inicial del enamoramiento tiene más que ver con la motivación, el beneficio y otros aspectos causales del comportamiento humano, que con las emociones o con la atracción sexual. Según los investigadores, podríamos parecernos más de lo que creemos a otros mamíferos, puesto que en la elección de nuestras parejas a través del enamoramiento inicial- se ponen en marcha respuestas cerebrales similares a las de los animales, y el fin es instintivo: buscar la continuación de la especie a través de la transferencia genética.
No existe un patrón emocional
Una de las autoras del estudio, Lucy L. Brown, del Albert Einstein College of Medicine de Estados Unidos, señala que los humanos estamos construidos para experimentar sentimientos mágicos como el del amor, y que la investigación realizada ayuda a explicar por qué lo hacemos.
La mayoría de los participantes en el estudio mostraban claras respuestas emocionales, aunque no se ha descubierto un patrón emocional consistente, sino sólo mucha actividad en las regiones cerebrales relacionadas con la motivación y la consecución de un beneficio. Según los investigadores, esta es la primera recopilación de datos que confirman una relación entre el amor romántico y las redes cerebrales.
Desde este punto de vista, se podría describir por tanto el amor como una motivación o una orientación hacia una situación que se convierte en un objetivo y que provoca varias emociones específicas, como la euforia o la ansiedad. De esta forma, se entendería por qué los amantes muestran la necesidad imperativa de conseguir a su amado o amada y tienden a proteger sus relaciones.
La atracción sexual y el amor, dos cosas distintas
El estudio ha descubierto asimismo que las regiones del cerebro que se activan con el amor son diferentes a las que se activan en el caso de la atracción sexual. Esto se ha sabido porque cuando los investigadores mostraron a los participantes las fotos de sus enamorados, las áreas cerebrales de éstos se superpusieron sólo parcialmente con las áreas del cerebro asociadas con el deseo sexual.
Utilizando imágenes de resonancia magnética y otras fórmulas de medición, los investigadores han llegado a dos conclusiones principales. La primera señala que en su estado inicial, el amor romántico está asociado con regiones subcorticales del cerebro, relacionadas con la consecución de un beneficio y ricas en dopamina, una sustancia que produce una sensación de intenso bienestar cuya producción aumenta con el amor hasta en un 50%.
La segunda conclusión a la que se ha llegado es que el amor pone en marcha los sistemas cerebrales asociados con el impulso de conseguir un beneficio. Estas áreas del cerebro que se activan con el amor integran una gran cantidad de información relacionada con la memoria más temprana de cada persona y con su propia noción de la belleza. Se trata del área ventral tegmental derecha y del llamado núcleo caudado (uno de los tres componentes principales de los ganglios basales) dorsal del cerebro.
El romanticismo está a la derecha y la atracción a la izquierda
Para sorpresa de los investigadores, las regiones asociadas con el amor romántico e intenso están mayormente en el lado derecho del cerebro, mientras que las asociadas a la atracción facial se sitúan a la izquierda de éste. Se trata de una lateralización que hace plantearse a los científicos acerca de los procesos de aprendizaje y de memoria del cerebro humano.
Asimismo, los investigadores señalan que, con la maduración de la relación, entran en juego otras partes del cerebro, y que el dinamismo de las relaciones implica también cambios a nivel cerebral. Las imágenes de resonancia magnética han mostrado más actividad en el área del ganglio basal en el caso de personas con relaciones estables. En esta región se encuentran los receptores de la hormona vasopresina, que en ratones de campo se ha demostrado que resulta esencial para emparejarse.
La evolución de la activación de las diversas áreas cerebrales según se desarrolla el amor demuestra que los sentimientos iniciales de exaltación se transforman en cariño y apego, lo que supone que el vínculo que generan las emociones es mucho más poderoso que el de la atracción sexual por sí sola.
Los resultados del estudio sugieren además que el amor no activa una zona funcionalmente especializada del sistema cerebral, sino que más bien activa toda una constelación de sistemas neuronales que convergen en regiones dispersas del núcleo caudado creando un mapa combinatorio flexible y que integra múltiples estímulos emocionales. Todo un recorrido eléctrico que expresa un comportamiento humano sumamente complejo.
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