E
n el último siglo nos hemos vuelto sedentarios y obesos, pero esas no son las condiciones bajo las que evolucionamos. Así por ejemplo, si vemos algo de comida tendemos a consumirla, porque en aquella época del pasado cualquier oportunidad de comer no debía ser desaprovechada so pena de perecer y no transmitir nuestros genes.
Nuestra afición por los dulces y grasas vienen también de aquel entonces, cuando estas sustancias eran muy escasas, pero eran tan energéticos como ahora. Tendemos a acumular tejido adiposo para así superar los periodos de escasez. Lo malo es que ahora no hay problemas de escasez de alimentos (en general) y, por tanto, no es extraño que los tiempos actuales el "homo computer" gane sobrepeso y tenga problemas de salud.
Si se hace un análisis de sangre a alguien que pase un poco de hambre se puede comprobar que todos los parámetros son buenos. Parece que estamos pensados para situaciones en las que la comida no sea abundante. Nuestros cuerpos han incorporado adaptaciones evolutivas recientes relacionadas con la invención de la agricultura y ganadería, pero, en esencia, físicamente somos los mismos que una vez corríamos detrás de las gacelas.
Se viene sugiriendo desde hace un tiempo que precisamente estamos diseñados para la carrera de fondo. Por mucho que nos empeñemos en creer que corremos rápido, es fácil darse cuenta que casi cualquier animal a cuatro patas nos gana en velocidad en distancias cortas. Sin embargo, en una carrera de fondo somos muy resistentes, principalmente porque conseguimos no sobrecalentarnos. Esto es además más importante en climas cálidos e incuso el reducido vello corporal también nos ayuda en este sentido (también para reducir el número de parásitos en otra adaptación evolutiva). No podemos ganar a la carrera a una gacela, pero si la perseguimos durante mucho tiempo ésta terminará agotada y la podamos capturar.
Se ha especulado que nuestros antepasados podrían estar incluso días persiguiendo una presa como técnica de caza en un ejercicio de baja intensidad, aunque este punto es controvertido.
Por tanto según una teoría, nuestros antepasados eran unos atletas aeróbicos diseñados para cazar, pero lo difícil es demostrar esta teoría y el nivel o intensidad de dicho ejercicio. David Raichlen (University of Arizona), Gregory Gerdeman y otros colaboradores han comprobado positivamente un aspecto de esta teoría. Según Raichlen el problema a la hora de comprobar esta hipótesis es que la mayoría de los mamíferos resistentes al ejercicio aeróbico prolongado son cuadrúpedos y es complicado comparar entre sí.
Si estamos pensados para las carreras de fondo o el ejercicio aeróbico en general, quizás la evolución haya dispuesto de algún incentivo al respecto.
Las personas que realizan este tipo de ejercicio con regularidad informan que se sienten más contentas y animadas. Algunos de ellos parecen incluso encontrarse enganchados al ejercicio como un drogadicto a su sustancia. ¿Hay alguna dependencia química en este asunto o sólo se trata de una pose? Hay gente que incluso sugiere que se haga ejercicio para combatir la depresión o el estado de tristeza o desánimo, lo malo es que a las personas en esa situación no les apetece ni lo más mínimo hacer ejercicio de ningún tipo.
Al parecer el estado de ánimo positivo de los atletas se debe a los endocannabinoides que se producen en nuestro organismo de forma natural y que operan sobre los centros de recompensa del cerebro. Estos investigadores se han centrado en este aspecto a la hora de realizar su investigación. Para ello han realizado una comparación entre las respuestas de humanos, perros y hurones al ejercicio aeróbico.
Según sus conclusiones los animales que evolucionaron para resistir el ejercicio aeróbico intenso se benefician del efecto de los endocannabinoides, mientras que los otros animales no experimentan placer con dicho ejercicio. La interpretación es que la evolución habría suministrado un incentivo para promover el ejercicio aeróbico en humanos.
Los investigadores tomaron muestras de sangre tanto de los voluntarios humanos, como de perros y hurones antes y después de realizar un ejercicio aeróbico intenso. Analizaron dichas muestras en busca de endocannabinoides y encontraron que en humanos y perros el nivel de anandamina (un endocannabinoide) se disparaba después del ejercicio, mientras que en los hurones eso no ocurría.
Los test psicológicos que realizaron esos mismos humanos indicaban además que estos voluntarios estaban más contentos después del ejercicio.
Según Raichlen el resultado sugiere que la selección natural puede haber motivado las actividades físicas de alta intensidad en grupos de mamíferos que evolucionaron para realizar este tipo de actividad aeróbica, en lugar de ejercicios de baja intensidad como andar y correr largas distancias.
Por otra parte añade que este resultado tampoco sirve para resolver el problema de obesidad que aqueja al hombre moderno. Según él una persona sedentaria es difícil que deje sus hábitos para súbitamente experimentar las agradables sensaciones del ejercicio físico, porque probablemente no produce suficientes endocannabinoides. Puede que este tipo de personas no sean adecuadas para alcanzar la intensidad de ejercicio necesaria para tener la sensación de recompensa. Sin embargo, sugiere que quizás este tipo de personas pueden ser ayudadas a alcanzar la forma física necesaria como para que puedan cruzar el umbral a partir del cual ya pueden ser motivadas por los efectos positivos de los endocannabinoides.
Sugiere además que el ejercicio físico puede ser una solución barata para ciertas condiciones médicas, puede mejorar nuestro estado mental además de los conocidos beneficios para el sistema cardiovascular.
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