Las trece torres, datadas en el siglo IV antes de Cristo, se levantan de norte a sur sobre la cima del monte Chankillo, en una zona desértica a 400 kilómetros de Lima, e indican con precisión el desplazamiento anual del sol, así como los solsticios y los equinocios. Las mediciones se hacían desde dos puestos de observación erigidos a los lados y separados por unos 200 metros de la línea dentada de las torres. Esos puntos estaban integrados en unas pequeñas construcciones y la distribución de las dependencias revela miradores hacia el horizonte artificial de la cadena de torres.
La verificación de algo que se sospechaba desde hacía años ha sido realizada por un equipo de investigadores dirigido por los arquéologos Iván Ghezzi, de la Pontificia Universidad Católica de Perú y director arqueológico del Instituto Nacional de Cultura peruano, y Clive Ruggles, de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido. Sus conclusiones acaban de aparecer en «Science». «Las torres de Chankillo nos proporcionan una prueba de las primeras observaciones solares y de la existencia de avanzados cultos al sol, los cuales precedieron casi dos mil años a los del Cuzco incaico», indican los investigadores.
Hasta ahora se había concluido que Chankillo tenía que ver con ceremoniales antiguos. Los restos arqueológicos ocupan alrededor de 4 kilómetros cuadrados, con restos de distintas contrucciones y patios. El centro del área lo ocupa el monte, que estaba rodeado por una fortificación de gruesos muros y parapetos. Lo más enigmático eran las trece torres o montículos en la parte más alta del promontorio, que se prolongan a lo largo de 300 metros y que asemejan las espinas de la espalda de un dragón.
Todas ellas están relativamente bien conservadas, y aunque sus esquinas se han desmoronado, su estructura básica permite comprobar las observaciones que en su día hicieron sus constructores. Las torres tienen pequeños escalones para acceder a su parte superior. Los estudios realizados previamente por Ghezzi sugerían que podía tratarse de un observatorio solar, pero no fue hasta que se contactó con Ruggles, autoridad mundial en arqueoastronomía, que la investigación pudo confirmar las sospechas.
«En las cinco horas en coche hasta las torres pude ver que Ruggles era algo escéptico, porque mucha gente dice lo mismo de otros sitios que luego no son nada, pero cuando llegamos allí e hicimos algunas medidas, se dio cuenta de que desde los puntos que le enseñamos los alienamientos funcionaban de modo perfecto», relata Ghezzi. Vistas desde esos dos puntos de observación, los amaneceres y puestas del sol proporcionan mediciones sobre el desplazamiento solar y las estaciones, algo muy útil para marcar el momento de sembrados y cosechas.
Según Ghezzi, «miles de personas podían haberse reunido para impresionantes momentos solares» en el amplio espacio que rodea las torres, con el fin de participar en rituales públicos y fiestas directamente relacionadas con la observación e interpretación del paso de las estaciones. «Por contraste, entrar en los puntos de observación parece haber estado altamente restringido. Individuos con rango para acceder a ellos y dirigir ceremonias habrían tenido el poder de regular el tiempo, la ideología y los rituales que unían a esa sociedad», concluye el estudio.
Las excavaciones arqueológicas han revelado que en la construcción había ofrendas de figurines de guerreros de cerámica con diferentes armas y adornos que parecen ser distintos signos de distinción, lo que sugiere prácticas rituales, así como la existencia de clases sociales. «La adoración al sol y las costumbres cosmológicas de Chankillo tal vez hubieran ayudado a legitimar la autoridad de una clase de elite, como ocurrió con el imperio Inca dos milenios después. Y esto implica, a su vez, que las torres no eran meros instrumentos de observación solar, sino la monumental expresión de la existencia de un conocimiento más antiguo», indican los investigadores.
Hasta ahora, de acuerdo con relatos de antiguos cronistas, se creía que los primeros observatorios solares estaban en la región de Coricancha, cerca del Cuzco, o habían sido construidos por la cultura Moche, que tuvo su desarrollo 600 años después de la civilización que se aprecia en Chankillo. A diferencia de lo que ocurre en Chankillo, además, los denominados «pilares del sol» de la región del Cuzco han sido borrados por el tiempo y se desconoce su ubicación exacta.
El descubrimiento abre ahora una nueva perspectiva sobre una cultura de la que no se conoce nada más y que podría arrojar otras sorpresas.
La verificación de algo que se sospechaba desde hacía años ha sido realizada por un equipo de investigadores dirigido por los arquéologos Iván Ghezzi, de la Pontificia Universidad Católica de Perú y director arqueológico del Instituto Nacional de Cultura peruano, y Clive Ruggles, de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido. Sus conclusiones acaban de aparecer en «Science». «Las torres de Chankillo nos proporcionan una prueba de las primeras observaciones solares y de la existencia de avanzados cultos al sol, los cuales precedieron casi dos mil años a los del Cuzco incaico», indican los investigadores.
Hasta ahora se había concluido que Chankillo tenía que ver con ceremoniales antiguos. Los restos arqueológicos ocupan alrededor de 4 kilómetros cuadrados, con restos de distintas contrucciones y patios. El centro del área lo ocupa el monte, que estaba rodeado por una fortificación de gruesos muros y parapetos. Lo más enigmático eran las trece torres o montículos en la parte más alta del promontorio, que se prolongan a lo largo de 300 metros y que asemejan las espinas de la espalda de un dragón.
Todas ellas están relativamente bien conservadas, y aunque sus esquinas se han desmoronado, su estructura básica permite comprobar las observaciones que en su día hicieron sus constructores. Las torres tienen pequeños escalones para acceder a su parte superior. Los estudios realizados previamente por Ghezzi sugerían que podía tratarse de un observatorio solar, pero no fue hasta que se contactó con Ruggles, autoridad mundial en arqueoastronomía, que la investigación pudo confirmar las sospechas.
«En las cinco horas en coche hasta las torres pude ver que Ruggles era algo escéptico, porque mucha gente dice lo mismo de otros sitios que luego no son nada, pero cuando llegamos allí e hicimos algunas medidas, se dio cuenta de que desde los puntos que le enseñamos los alienamientos funcionaban de modo perfecto», relata Ghezzi. Vistas desde esos dos puntos de observación, los amaneceres y puestas del sol proporcionan mediciones sobre el desplazamiento solar y las estaciones, algo muy útil para marcar el momento de sembrados y cosechas.
Según Ghezzi, «miles de personas podían haberse reunido para impresionantes momentos solares» en el amplio espacio que rodea las torres, con el fin de participar en rituales públicos y fiestas directamente relacionadas con la observación e interpretación del paso de las estaciones. «Por contraste, entrar en los puntos de observación parece haber estado altamente restringido. Individuos con rango para acceder a ellos y dirigir ceremonias habrían tenido el poder de regular el tiempo, la ideología y los rituales que unían a esa sociedad», concluye el estudio.
Las excavaciones arqueológicas han revelado que en la construcción había ofrendas de figurines de guerreros de cerámica con diferentes armas y adornos que parecen ser distintos signos de distinción, lo que sugiere prácticas rituales, así como la existencia de clases sociales. «La adoración al sol y las costumbres cosmológicas de Chankillo tal vez hubieran ayudado a legitimar la autoridad de una clase de elite, como ocurrió con el imperio Inca dos milenios después. Y esto implica, a su vez, que las torres no eran meros instrumentos de observación solar, sino la monumental expresión de la existencia de un conocimiento más antiguo», indican los investigadores.
Hasta ahora, de acuerdo con relatos de antiguos cronistas, se creía que los primeros observatorios solares estaban en la región de Coricancha, cerca del Cuzco, o habían sido construidos por la cultura Moche, que tuvo su desarrollo 600 años después de la civilización que se aprecia en Chankillo. A diferencia de lo que ocurre en Chankillo, además, los denominados «pilares del sol» de la región del Cuzco han sido borrados por el tiempo y se desconoce su ubicación exacta.
El descubrimiento abre ahora una nueva perspectiva sobre una cultura de la que no se conoce nada más y que podría arrojar otras sorpresas.
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