Cristo no sólo fue tentado en el desierto sino que lo fue durante toda su vida. La última tentación de la que se tiene conocimiento que tuvo fue la de huir de su destino de ser crucificado cuando orando en el Huerto de Getsemani le pide a Dios que si puede apartar de él ese cáliz que lo haga. En ese momento tuvo miedo al dolor, cosa normal en todo hombre, y su pregunta a su Padre de si era posible evitar esa experiencia fue sólo una puesta en escena para el mundo para ilustrar a los humanos acerca de su real doble naturaleza (la de Hijo de Dios y la de hijo de hombre), porque en realidad el conocía muy bien su destino y sabía muy que ese trance debía ser atravesado y que formaba parte de una misión que él había elegido y que, aunque podía evitarlo él no quería evitarlo.
La función de las tentaciones en la vida humana es la de ser desafíos que buscan provocar definiciones claras y rotundas que marcan una huella en la propia vida del afectado y, paralelamente, en la vida de todos los seres con él relacionados, pues no nos olvidemos que, aunque todo está relacionado con todo en el universo, siempre hay relaciones especiales entre los seres y las cosas.
Por lo que se acaba de explicar es fundamental que comprendamos que la función que cumplen las tentaciones en la vida humana es de enorme importancia y que gracias a ellas es que la vida humana puede dar “saltos” de gran poder cualitativo dentro de los “pasos” aparentemente lentos que se van teniendo en el transcurso de los días.
Así como Jesús era un ser evolucionado y perfecto pero no absolutamente perfecto, pues estaba sujeto a ser tentado y, por lo tanto, a caer, porque si no hubiera estado sujeto a caer su representación ante el resto de los humanos hubiera sido una burla y él no hubiera tenido autoridad moral para predicar nada ya que al no ser pasible de caer en la tentación no podría haber “conocido” realmente lo dura y difícil que es la vida humana en esos trances, también se puede deducir algo innegable, y es que en el transcurso de su vida, en alguna de tantas tentaciones que se le presentaron a Jesús, en alguna tuvo que haber caído, pues no se puede estar seguro nunca de lo que es “caer”, equivocarse, si uno no se equivocó y “cayó” al menos una vez. Sólo aquel que ha “caído”, que ha seguido un camino errado al menos una vez tiene la autoridad moral y la claridad conciencial para poder orientar a otros acerca de los caminos errados y los acertados. Pero hay algo que es necesario comprender claramente para poder entender a fondo la naturaleza humana, y es que la perfección como ser humano no es la imposibilidad de caer en las tentaciones sino la disposición y actitud a levantarse siempre después de cada caída aprendiendo completamente la lección que esa caída transmite.
¿Cómo puede enseñar a caminar aquel que no caminó nunca?
¿Cómo puede enseñar a levantarse aquel que no cayó nunca?
¿Cómo puede enseñar el camino hacia el Ser alguien que nunca conoció el “no ser”?
Es por eso que Cristo habla de él mismo como el Hijo de Dios a veces y como el hijo del hombre otras veces, para dar a entender la doble naturaleza que él tenía y que, por otro lado, todos tenemos, con la única diferencia que él había hecho efectiva en su ser la potencialidad de Hijos de Dios que todos llevamos adentro.
Edmundo Waisman
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