Nuestra felicidad y realización como seres humanos no dependen de lo que nos sucede sino de nuestra respuesta a ello. A cada instante se nos presentan posibilidades distintas de pensar, sentir, hablar o actuar, y en esa libertad de elegir radica nuestro mayor poder, el poder de Ser si elegimos correctamente o, más bien, si eligiendo incorrectamente lo sabemos reconocer y aprender la lección; o, en caso negativo, el poder de ir hacia el no-Ser que nace no tanto de elegir las opciones incorrectas sino de no estar despierto para darse cuenta de lo que cada elección nos transmite desde el punto de vista significativo.
Es fundamental comprender que al “hacer” algo, ya sea que se “haga” con el cuerpo físico, el cuerpo emocional o el cuerpo mental, no se aprende de ese hecho por el sólo ejecutar ese acto, pensamiento o sentimiento, sino de acuerdo al nivel de conciencia que se tenga en el momento en que se “actúa”, y ese nivel de conciencia se aumenta cuando mayor atención se ponga en la ejecución de tal acto. Por tanto, se hace evidente como resultado de lo expuesto, que hay más posibilidades de aprender y de crecer en conocimientos y sabiduría cuando cometemos errores que cuando cometemos aciertos, ya que al acertar la persona tiende a confiarse y , por tanto, a distraerse, en tanto que al equivocarse, la persona se obliga a concentrarse y a poner atención para no volverse a equivocar, con lo cual aumenta su nivel de conciencia y de despertar que le permiten absorber todo lo que la experiencia le transmite significativamente hablando. Asociado a esta realidad existe aquello de que las experiencias negativas, dolorosas y frustrantes, tienen más poder de despertarnos, de alumbrarnos y de hacernos crecer, que aquellas positivas, placenteras y satisfactorias, ya que las primeras tienden a estimular la conciencia para superarlas o resolverlas, en tanto que las últimas tienden a adormecer la conciencia pues ésta las asocia con una “recompensa” y un “descanso”. Por eso es que el camino del martirio es el sendero ardiente que lleva hacia el Resplandor, hacia la Sabiduría y la Verdad en su máxima expresión.
Por otro lado, es necesario tener en cuenta que todo lo que nos sucede es ocasionado por causas que nosotros mismos generamos en ésta o en otras vidas, lo cual nos hace únicos forjadores y determinadores de nuestro destino aun cuando permanentemente intervienen otros seres como factores externos, ya que todos los otros seres o las cosas que van apareciendo son sólo influencias circunstanciales “arrastradas” y atadas a nosotros por nuestros movimientos en los niveles subjetivos y objetivos. Así se cumple el dicho de Cristo de “El que a hierro mata a hierro muere”.
Edmundo Waisman.
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