"Hemos comprobado que en general las decisiones sobre cooperación no responden tanto a los incentivos económicos, como al hecho de que los individuos con quienes se interacciona cooperen o no", resume el profesor José A. Cuesta, que ha realizado esta investigación junto al catedrático Ángel Sánchez, ambos del departamento de Matemáticas de la UC3M, y con un equipo de investigadores de la UNED y la Universidad Católica del Norte (Antofagasta, Chile). Los resultados del estudio, con implicaciones en Física, Economía, Psicología, Matemáticas y Computación, pueden tener aplicaciones prácticas. Por ejemplo, se pueden emplear para optimizar el diseño de redes de colaboración o innovación, en las que grupos grandes de personas o empresas participan en una tarea común, invirtiendo en ello sus capacidades económicas o de generación de conocimiento. "En estos casos - apunta Sánchez - hay que fomentar que los participantes perciban un ambiente mayoritariamente cooperador y eso tiene implicaciones en el tamaño de los grupos de trabajo o en la necesidad de incentivos puntuales para evitar caer en estados de ánimo no cooperativos".
El experimento El problema en cuestión era que no se sabía si al plantear un dilema en el que hubiera que elegir entre cooperar o no con otras personas conectadas a través de una red se podría alcanzar una situación en la que todos o una gran mayoría colaboraran. Las teorías y simulaciones por ordenador existentes no dan una respuesta unívoca y en muchos casos predicen cosas contradictorias, por lo que estos científicos decidieron realizar un experimento poniendo a personas reales en esta situación. Para ello, solicitaron voluntarios entre los estudiantes del campus de Leganés de la UC3M y los hicieron interaccionar a través de un programa de ordenador, de manera que vieran a las personas con las que tenían que cooperar o no, preservando en todo momento su anonimato. |
En las instrucciones que se dieron a los 169 participantes en este experimento, uno de los mayores realizados hasta la fecha en economía experimental, no se usaban palabras como cooperar, traicionar o defraudar para evitar inducir comportamientos, sino que se planteaban las elecciones por colores. En cada ronda, el jugador obtenía un cierto beneficio de su elección en función de lo que hubieran elegido sus vecinos y era informado de lo que éstos habían hecho y ganado. La interacción se repetía durante un cierto número de rondas y en dos situaciones distintas: una en la que los vecinos eran siempre los mismos y otra en la que tras cada ronda se cambiaban. "De esta manera - indican los investigadores - podíamos comparar el resultado cuando hay una red de contactos fija con lo que ocurre cuando no la hay y se interacciona con grupos distintos". |
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