Esta persona puede, entonces, dividir este "maná del cielo" con una segunda persona, la encargada de recibir ofertas y decidir si las acepta o no. Esta segunda persona no está desprovista de poder; si acepta el reparto de dinero propuesto, ambas personas se llevarán a casa las cantidades ofrecidas, pero si rechaza la oferta, el dinero que el experimentador había puesto en juego no será para ninguna de las dos. Según las variantes del juego, la persona que recibe ofertas puede además tener que prestar algún tipo de colaboración adicional, como por ejemplo ayudar en una tarea, que constituya un requisito para que ambas reciban las cantidades acordadas.
El temor de que una oferta injusta sea rechazada provoca que quien tiene la responsabilidad de hacer la oferta procure que ésta sea justa. Las personas generalmente hacen ofertas del 50 por ciento, o una proporción muy cercana a la mitad.
Cualquier cantidad ostensiblemente menor cuenta con muchas probabilidades de ser rechazada. La sensibilidad frente a ofertas injustas y la voluntad de pagar un costo para castigar a alguien, contradice al modelo económico estrictamente matemático, el de que cualquier beneficio neto debe ser aceptado. Esta sensibilidad es, que se sepa, exclusiva del Ser Humano. Y el nuevo estudio refuerza más esta convicción. En este trabajo, los investigadores confrontaron a nuestros parientes evolutivos vivos más cercanos, los chimpancés, con una versión especialmente adaptada del juego del ultimátum. El chimpancé encargado de hacer la oferta podía ofrecer una cantidad de pasas al otro. Si éste aceptaba la división de las pasas, ambos podrían comerlas. Sin embargo, si al chimpancé que recibía la oferta no le gustaba lo que veía, podía no aceptar la oferta y ninguno de los dos recibiría nada.
En cada variante de este juego, el chimpancé proponente podía optar por un reparto de 8 pasas para sí mismo y 2 para el chimpancé respondedor (una división deshonesta que las personas normalmente rechazan). Sin embargo, el proponente tenía una opción. En una variante del juego, podía escoger entre hacer esta oferta desigual y una justa (5 pasas para cada uno). En otra variante, podía escoger una oferta extremadamente cortés (2 pasas para sí mismo y 8 para el respondedor). En una tercera, no tenía elección (la segunda opción también era 8 para sí mismo y 2 para el respondedor).
En la cuarta variante, la otra opción del proponente era extremadamente egoísta (10 para sí mismo, ninguna para el respondedor). A diferencia de los seres humanos que se enfrentan a estos juegos, los chimpancés respondedores aceptaron cualquier oferta, siempre que ésta no fuera nula (cero pasas), no importaba cuán generosa o egoísta fuera la misma.
La única opción que no estaban dispuestos a aceptar era la opción de 10/0 (el respondedor no recibe nada). Los investigadores han llegado a la conclusión de que los chimpancés no demuestran el deseo de hacer ofertas justas y rechazar las injustas. De esta manera, se comportan guiándose sólo por el aspecto material, sin atender a la noción del reparto equitativo de la riqueza.
El temor de que una oferta injusta sea rechazada provoca que quien tiene la responsabilidad de hacer la oferta procure que ésta sea justa. Las personas generalmente hacen ofertas del 50 por ciento, o una proporción muy cercana a la mitad.
Cualquier cantidad ostensiblemente menor cuenta con muchas probabilidades de ser rechazada. La sensibilidad frente a ofertas injustas y la voluntad de pagar un costo para castigar a alguien, contradice al modelo económico estrictamente matemático, el de que cualquier beneficio neto debe ser aceptado. Esta sensibilidad es, que se sepa, exclusiva del Ser Humano. Y el nuevo estudio refuerza más esta convicción. En este trabajo, los investigadores confrontaron a nuestros parientes evolutivos vivos más cercanos, los chimpancés, con una versión especialmente adaptada del juego del ultimátum. El chimpancé encargado de hacer la oferta podía ofrecer una cantidad de pasas al otro. Si éste aceptaba la división de las pasas, ambos podrían comerlas. Sin embargo, si al chimpancé que recibía la oferta no le gustaba lo que veía, podía no aceptar la oferta y ninguno de los dos recibiría nada.
En cada variante de este juego, el chimpancé proponente podía optar por un reparto de 8 pasas para sí mismo y 2 para el chimpancé respondedor (una división deshonesta que las personas normalmente rechazan). Sin embargo, el proponente tenía una opción. En una variante del juego, podía escoger entre hacer esta oferta desigual y una justa (5 pasas para cada uno). En otra variante, podía escoger una oferta extremadamente cortés (2 pasas para sí mismo y 8 para el respondedor). En una tercera, no tenía elección (la segunda opción también era 8 para sí mismo y 2 para el respondedor).
En la cuarta variante, la otra opción del proponente era extremadamente egoísta (10 para sí mismo, ninguna para el respondedor). A diferencia de los seres humanos que se enfrentan a estos juegos, los chimpancés respondedores aceptaron cualquier oferta, siempre que ésta no fuera nula (cero pasas), no importaba cuán generosa o egoísta fuera la misma.
La única opción que no estaban dispuestos a aceptar era la opción de 10/0 (el respondedor no recibe nada). Los investigadores han llegado a la conclusión de que los chimpancés no demuestran el deseo de hacer ofertas justas y rechazar las injustas. De esta manera, se comportan guiándose sólo por el aspecto material, sin atender a la noción del reparto equitativo de la riqueza.
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