Así lo han mostrado los psicólogos David Dunning de la Universidad Cornell y Emily Balcetis de la Universidad de Nueva York.
El fenómeno podría ser parte de un mecanismo adaptativo que nos da un incentivo adicional para ir tras las cosas que deseamos, y nos resta ganas de gastar energía en las que no nos atraen.
En el estudio, los investigadores probaron primero el efecto que la atracción hacia algo tiene sobre la percepción de la distancia a la que estimamos que se halla. Pidieron a 90 alumnos universitarios, la mitad de los cuales acababa de comer una ración de galletas saladas mientras que la otra mitad no lo había hecho, que estimaran la distancia entre sí mismos y una botella de agua. Como promedio, el grupo que, por tener sed, deseaba más el agua, opinó que ésta se encontraba a 63 centímetros de distancia, mientras que el grupo no sediento estimó la distancia en 71 centímetros.
En el siguiente experimento, los investigadores pidieron a ambos grupos de estudiantes que estimaran su distancia a objetos que tenían un valor directo para ellos (un billete de 100 dólares que podían ganar) y objetos que no tenían valor directo para ellos (un billete de 100 que pertenecía a otra persona). Debido a que en investigaciones previas se ha mostrado que el estado anímico influye sobre algunos aspectos de la percepción, los participantes también completaron un ejercicio de evaluación de dicho estado anímico.
Como en el primer experimento, los sujetos pensaron que los objetos deseables por su valor directo estaban más cerca que los no deseables. Sin embargo, el estado anímico no mostró efectos sobre la percepción de la distancia.
Lo descubierto en este estudio tiene sentido desde una perspectiva evolutiva. Las cosas que están cerca suelen ser más fáciles de coger que las que están lejos. De modo que la ilusión de creer que algo útil para la supervivencia se halla más cerca de lo que realmente está permite reforzar la motivación para salir a cogerlo.
El fenómeno podría ser parte de un mecanismo adaptativo que nos da un incentivo adicional para ir tras las cosas que deseamos, y nos resta ganas de gastar energía en las que no nos atraen.
En el estudio, los investigadores probaron primero el efecto que la atracción hacia algo tiene sobre la percepción de la distancia a la que estimamos que se halla. Pidieron a 90 alumnos universitarios, la mitad de los cuales acababa de comer una ración de galletas saladas mientras que la otra mitad no lo había hecho, que estimaran la distancia entre sí mismos y una botella de agua. Como promedio, el grupo que, por tener sed, deseaba más el agua, opinó que ésta se encontraba a 63 centímetros de distancia, mientras que el grupo no sediento estimó la distancia en 71 centímetros.
En el siguiente experimento, los investigadores pidieron a ambos grupos de estudiantes que estimaran su distancia a objetos que tenían un valor directo para ellos (un billete de 100 dólares que podían ganar) y objetos que no tenían valor directo para ellos (un billete de 100 que pertenecía a otra persona). Debido a que en investigaciones previas se ha mostrado que el estado anímico influye sobre algunos aspectos de la percepción, los participantes también completaron un ejercicio de evaluación de dicho estado anímico.
Como en el primer experimento, los sujetos pensaron que los objetos deseables por su valor directo estaban más cerca que los no deseables. Sin embargo, el estado anímico no mostró efectos sobre la percepción de la distancia.
Lo descubierto en este estudio tiene sentido desde una perspectiva evolutiva. Las cosas que están cerca suelen ser más fáciles de coger que las que están lejos. De modo que la ilusión de creer que algo útil para la supervivencia se halla más cerca de lo que realmente está permite reforzar la motivación para salir a cogerlo.
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