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ace unas semanas, el equipo científico de la misión Kepler de la NASA anunciaba el descubrimiento de un exoplaneta, bautizado como Kepler-16(AB)b, que está en órbita en torno a un sistema binario eclipsante (Kepler-16(AB)). Un sistema binario eclipsante no es otra cosa que dos estrellas próximas entre sí que, gracias a la orientación particular del plano en el que se encuentran, se ocultan mutuamente. Cuando se producen estas ocultaciones o eclipses, el sistema pierde en luminosidad.
El hecho de que observemos eclipses significa que estamos viendo el sistema de canto. En el caso de Kepler-16(AB), las dos estrellas (A y B) completan una vuelta en unos cuarenta y un días. De la misma forma que en nuestro Sistema Solar los planetas se encuentran ordenados todos prácticamente en el mismo plano (conocido como eclíptica), es razonable suponer que si hay exoplanetas en torno a dos estrellas eclipsantes, éstos se encontrarán en el mismo plano que ellas, y por lo tanto será probable que también produzcan eclipses. Esta idea motivó a finales de los años noventa la que quizás fuese la primera búsqueda de exoplanetas por el método de los tránsitos. Se realizó en torno a un sistema binario conocido como CM Draconis. Si bien entonces no se encontraron nuevos eclipses debidos al paso de algún exoplaneta, en el caso del sistema Kepler-16(AB) un planeta del tamaño de Saturno completa una órbita en torno a las dos estrellas cada doscientos veinte días. Este descubrimiento nos da ideas acerca de los mecanismos de formación y migración de exoplanetas en torno a sistemas estelares múltiples, los cuales sabemos que son una amplia mayoría en nuestra galaxia.
En la conferencia de prensa en la que se anunció el descubrimiento de Kepler-16(AB)b, éste se comparó con "Tatooine", el planeta de Star Wars desde el que Luke Skywalker contemplaba el atardecer con dos soles sobre el horizonte. El supervisor de los efectos especiales de la película, John Knoll, participó en la conferencia de prensa junto a cuatro científicos, subrayando la conexión entre imaginación y ciencia.
Los planetas exóticos siempre producen una gran difusión mediática (en comparación con otras noticias científicas, claro está). Por ejemplo, la que se dio al planeta que fue descubierto en torno al púlsar PSR J1719-1438. Un púlsar es una estrella de neutrones que se forma cuando una estrella más masiva que nuestro Sol termina su "ciclo vital" explotando en forma de supernova. Muchos de ellos están acompañados por enanas blancas, que son otro tipo de residuos de antiguas estrellas. Parece ser que tras la formación del sistema púlsar-enana blanca, hubo un acercamiento peligroso de la enana blanca al púlsar, y éste, que es más masivo, comenzó a engullir a la enana blanca. A medida que se transfiere masa de la enana blanca al púlsar, aumenta la distancia entre ellos. Gracias a esto la enana blanca se pudo salvar de ser completamente engullida por el púlsar. Fue sometida, eso sí, a un severo régimen de adelgazamiento, que en este caso le hizo perder más del 99% de su masa. El objeto resultante tiene una masa parecida a la de Júpiter, si bien es bastante más denso debido a su exótico origen de antigua enana blanca. Los descubridores de este "planeta" concluyen que, dadas su composición química (probablemente carbono), presión y dimensiones, seguramente está cristalizado. En otras palabras, el nuevo objeto es un enorme diamante con el peso de un planeta gigante gaseoso, es decir, de varios centenares de veces el peso de la Tierra.
Con casi setecientos exoplanetas descubiertos, podemos hacer algunos ejercicios de imaginación e inventarnos escenarios en los que pudiese transcurrir una nueva producción de ciencia ficción. Sabemos que algunos de los exoplanetas detectados recientemente son rocosos y se encuentran muy próximos a su estrella. Esto determina que las fuerzas de marea sincronicen los periodos de rotación y de traslación del planeta. De la misma forma que la Luna nos muestra siempre la misma cara, estos planetas muestran el mismo hemisferio a su estrella. Dicho de otra forma, en estos planetas no hay un ciclo día/noche. CoRoT-7b, descubierto con el satélite CoRoT hace un par de años, y Kepler-10b, descubierto más recientemente con Kepler, están en esta situación. Completan una vuelta en torno a su estrella en algo más de veinte horas y, al estar tan cerca de ella, sus lados iluminados alcanzan la temperatura suficiente para crear un inmenso océano de lava, mientras que en los lados oscuros las temperaturas son próximas al cero absoluto.
En el caso de CoRoT-7b, sabemos que hay al menos un segundo planeta en una órbita algo más alejada de la estrella. Imaginemos que estamos en el frío lado oscuro de este planeta, desde donde jamás observamos la salida del "sol". Cada algo más de dos días y medio veríamos emerger por el horizonte estrellado a CoRoT-7c, con un tamaño en el cielo un tercio del de la Luna. Ascendería aumentando su tamaño aparente hasta alcanzar unos dos tercios del tamaño de la Luna en su punto más alto, para volver a menguar hasta desaparecer por el horizonte opuesto. En ese tiempo, la luz de su lado diurno, probablemente también un océano fundido de magma, habría paliado un poco las frías temperaturas de nuestro emplazamiento.
Dentro del bestiario de exoplanetas descubiertos, hay varios que se encuentran en la zona habitable de su estrella. Esto es, donde en caso de existir agua en su superficie ésta permanece en estado líquido. Por lo tanto serían más acogedores para la vida tal y como la conocemos. Sin embargo, la mayor parte son muy masivos y por ello más parecidos a los gigantes gaseosos de nuestro Sistema Solar que a un planeta rocoso.
Pero, ¿y si alguno de estos exoplanetas tuviesen una o varias lunas? No parece una idea descabellada desde el punto de vista científico, aún menos cuando "nuestros" planetas gigantes poseen cada uno varias decenas de ellas. Seguramente en los próximos años leeremos en algún periódico la noticia del descubrimiento de lunas en torno a un exoplaneta. ¿Se imaginan los distintos cielos que se observarían desde ellas? Si la luna está sincronizada con el planeta gaseoso, tendremos un cielo muy diferente según dónde vivamos. En el lado externo (el equivalente al lado oculto de la Luna), tendríamos un ciclo día/noche que duraría el tiempo que tardase la luna en dar una vuelta al planeta, y sin embargo no veríamos nunca el planeta que nos está haciendo girar. Una civilización sedentaria no sabría que su planeta en realidad no es más que una luna de un planeta mucho mayor. Por otra parte, si viviésemos en el lado interno, veríamos un imponente planeta gaseoso que ocuparía gran parte de nuestro cielo y que permanecería siempre en la misma posición, mágicamente inmóvil mientras que las estrellas y el Sol desfilarían en un telón de fondo. Probablemente tendríamos un eclipse solar diario y un maravilloso espectáculo con las distintas fases del planeta a lo largo del día. Quizás por ello el planeta podría ser venerado por los supuestos habitantes de esa imaginada luna.
En estas dos últimas décadas el progreso en instrumentación astronómica e informática nos ha permitido comenzar a descubrir los nuevos mundos con los que tantas generaciones anteriores habían fantaseado, y algunos que nadie se esperaba. Sin embargo, aún tendrán que pasar unas cuantas generaciones más para que podamos viajar a alguno de los exoplanetas más cercanos y explorarlo en detalle. Hasta entonces, por fortuna para los impacientes, siempre nos quedará la imaginación.
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