En los últimos años se ha intensificado el interés científico por descubrir a los mentirosos de forma fidedigna. Sin embargo, la mayoría de las personas no sabe detectar mentiras. ¿Es posible conseguirlo con un entrenamiento adecuado? Las investigaciones recientes apuntan que, si bien esto es posible, no resulta nada fácil y, a veces, ni siquiera es conveniente.
“Mentir es una característica tan central de la vida que una mejor comprensión de ella resulta pertinente para casi todos los asuntos humanos”, expone Paul Ekman en su obra Cómo detectar mentiras (Paidós, 2009). Las investigaciones y las teorías de este psicólogo estadounidense, considerado el mayor especialista mundial en el campo de los indicios delatores del engaño, han inspirado la serie de televisión Miénteme, que ha obtenido gran éxito de audiencia en Estados Unidos y, más recientemente, en España (Antena 3). A diferencia de los antropólogos culturales, Ekman defiende la raíz biológica universal de las expresiones faciales, reflejo de emociones básicas. Además, a diferencia de otros, opina que el engaño no es algo censurable, ya que hay mentiras de muchas clases y, si bien, muchas pueden ser crueles, también las hay altruistas y humanitarias. No obstante, dejaremos a un lado la censura moral que se cierne sobre la mentira para centrarnos en los aspectos que más suelen interesar a las personas: la posibilidad de descubrir a un mentiroso apoyándose en determinados signos que lo delaten. En un mundo tan complejo como el actual, tanto en el ámbito social como en el de los negocios y la política, campos que con frecuencia se basan en la confianza en la palabra, es de vital importancia poseer unas pautas que nos orienten sobre la mejor forma de proceder en materia de engaño.Mentirosos naturales y psicópatas
Son tantos los estereotipos sobre los mentirosos que, con frecuencia, más que ayudar a la víctima las pistas que se sugieren para descubrirlos contribuyen a despistarla. Los mentirosos lo saben bien y se aprovechan de ello. Recurren, por ejemplo, a las conocidas estratagemas de mirar fijamente a alguien a los ojos o poner el máximo cuidado en la elección de las palabras. Al igual que los buenos jugadores de póquer, los mentirosos también saben enmascarar las emociones, es decir, utilizan “máscaras”. La sonrisa es la más recurrente de todas, sin embargo, esta puede ser una señal delatora para el cazador de mentiras si ha aprendido a distinguir los principales tipos de sonrisa. Cuando se miente –a menos que se sea un actor o un mentiroso natural acostumbrado a engañar desde la infancia, que confía en su capacidad para hacerlo– suelen despertarse una serie de emociones que normalmente están fuera de control del mentiroso. Se genera una lucha interna entre lo que se siente de verdad y la emoción falsa que se pretende simular: estos signos pueden detectarse con relativa facilidad y traicionan al mentiroso. Sin embargo, la presencia de determinados indicadores emocionales, como la dilatación de las pupilas, el rubor repentino o el parpadeo, no indican por sí solos que se esté mintiendo, solo son indicio de algún sentimiento negativo y, si bien avisan de que “algo” está sucediendo, deben ser contrastados junto con otras señales supuestamente delatoras. Afortunadamente, en la actualidad, gracias a los trabajos de Ekman y de otros investigadores modernos, se ha avanzado mucho en este campo, aunque sea difícil aplicar este conocimiento. Además, existen los ya mencionados mentirosos naturales, un grupo integrado por todo tipo de personas –incluidos individuos al frente de una nación– que tienen un talento especial para la mentira y disimulan a la perfección sus emociones. Los investigadores de los engaños militares han apuntado algunas de las características de los mentirosos naturales:
“Deben estar dotados de una mente flexible y combinatoria, una mente que opera dividiendo las ideas, los conceptos o ‘palabras’ en sus componentes básicos para después recombinarlos de diversas maneras... En ciertos aspectos su carácter concuerda con el que, según se supone, tienen los artistas bohemios excéntricos y solitarios, solo que el arte que ellos practican es distinto. Este es aparentemente el denominador común de los grandes artífices del engaño, como Churchill, Hitler, Dayán y T. E. Lawrence”, apuntaba en 1982 Michael I. Handel en su ensayo Intelligence and Deception (Inteligencia y decepción).
Astutos embusteros
No menos peligrosos y difíciles de detectar son los psicópatas: los criminales que son psicópatas engañan sin dificultad a los expertos. Al referirse al asesino en serie Ted Bundy, con quien Rule –ex agente de policía y autora de cinco libros sobre asesinos en serie– trabajó casualmente en una época, explica: “Ted manipulaba las cosas de tal manera que uno nunca sabía si se estaba burlando o no (...). La personalidad antisocial siempre parece sincera, su fachada es absolutamente perfecta. Yo creía saber qué era lo que debía observar en una persona como él, pero cuando trabajé con Ted no hubo ni una sola señal que lo traicionase”. Muchos individuos psicópatas y mentirosos –criminales o no– no sienten culpa ni vergüenza en ningún aspecto de su vida. De ahí que sea tan difícil detectarlos. Los expertos no terminan de ponerse de acuerdo en cuanto a si la falta de dichos sentimientos se debe al modo en que fueron criados o a determinados factores biológicos. Sin embargo, hay consenso en que ni la culpa por mentir ni el temor a ser atrapados les llevarán a cometer errores en sus mentiras, algo que no puede aplicarse a la mayoría de las personas. Sucede, por ejemplo, que hay personas vulnerables a sentir culpa y vergüenza por engañar debido a su educación estricta, que les ha hecho creer que la mentira es un pecado terrible, de modo que cuando se ven obligados a hacerlo, incluso por algún motivo noble, se delatan fácilmente: “Tanto la culpa como el temor y el deleite pueden evidenciarse en la expresión facial, la voz, los movimientos del cuerpo, por más que el mentiroso se afane por ocultarlo. Aun cuando no exista una autodelación de carácter no verbal, el empeño por impedir que se produzca puede dar lugar a una pista sobre el embuste”, explica Paul Ekman. Aprender a detectar el engaño a partir de las palabras, la voz y el cuerpo es, sin embargo, una tarea mucho más complicada de lo que uno puede imaginar. No nos llamemos a engaño: incluso los expertos se equivocan, porque si existiese un signo seguro y decisivo de la mentira, seguramente la gente mentiría menos. Pero dicho signo no existe. Ekman se muestra rotundo en esto: “No hay ningún signo del engaño en sí, ningún ademán o gesto, expresión facial o torsión muscular que, en y por sí mismo, signifique que la persona está mintiendo. Solo hay indicios de que su preparación para mentir ha sido deficiente, así como indicios de que ciertas emociones no se corresponden con el curso general de lo que dice. Estos son las autodelaciones y las pistas sobre el embuste”. Son precisamente esos indicios los que el cazador de mentiras debe aprender a identificar, tarea nada fácil, porque son demasiadas las fuentes de información a las que se debe estar atento, desde el contenido del discurso hasta la inflexión de la voz, las expresiones faciales, los movimientos corporales, la respiración y un largo etcétera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario