El nuevo record nos acerca a una red mundial de comunicación basada en la criptografía cuántica
C
ientíficos europeos han conseguido transmitir una comunicación cuántica por el aire entre dos puntos situados a 144 kilómetros, la distancia que separa la isla canaria de La Palma y la de Tenerife. Este record nos acerca a la posibilidad de establecer una red mundial de comunicaciones cuánticas.
Las conclusiones de este estudio, que habían sido presentadas en marzo pasado, han sido publicadas ahora en la revista Nature Physics, sobre las que la Agencia Espacial Europea ha difundido esta semana un comunicado.
El equipo, formado por científicos de Austria, Alemania, Australia, Italia, Holanda, España y Reino Unido ha usado principios de la mecánica cuántica para crear una clave de encriptación en dos sitios diferentes simultáneamente. Un punto estaba en la isla de la Palma, situado a 2.392 metros sobre el nivel del mar, y el otro (el emisor) estaba en uno de los telescopios que la Agencia Espacial Europea tiene en Tenerife. La distancia total recorrida fue de 144 kilómetros.
Como ya informábamos en un anterior artículo, el record de transmisión de una comunicación cuántica a través del aire fue establecido en el año 2002 en 23 kilómetros.
La criptografía cuántica permite enviar mensajes de un punto a otro del espacio sin que nadie pueda interceptarlos, ya que cualquier observación del mensaje altera el estado de sus partículas y delata al intruso.
Esto se consigue enviando el mensaje digital sobre un haz de luz polarizada y alternando la dirección de su polarización. Debido a que los impulsos de luz pueden tener diferentes polarizaciones, podemos enviar un mensaje digital a lo largo de un rayo de luz.
Alta seguridad
Este sistema de comunicación es altamente seguro porque es imposible saber con certeza el estado de polarización en que se ha creado un fotón determinado. Si hay un intento de interceptar el mensaje el estado cuántico de los fotones se ve alterado inmediatamente.
Para crear la clave de encriptación, el equipo tuvo que crear en primer lugar pares de fotones entrelazados. Esto significa que lo que le ocurra a un fotón tendrá repercusiones inmediatas en el otro. Así, al medir cualquier propiedad cuántica de uno de los fotones, la misma propiedad cambiará automáticamente en el fotón con el que está entrelazado, sin importar la distancia que les separe.
Los investigadores fabricaron el par de fotones lanzando un potente haz de luz a través de un cristal. Por cada fotón que atravesaba el cristal salían dos ya entrelazados. Para llevar a cabo la prueba, hicieron rebotar uno de los dos fotones intrincados mediante un espejo y lo dirigieron a un detector de luz situado en La Palma. El otro fotón fue enviado mediante una lente a través del agua, donde uno de los telescopios de la ESA en Tenerife lo captó y lo envió a su vez a un segundo detector de luz.
Después midieron la polarización (es decir, si la polarización del fotón había sido vertical u horizontal) de fotones intrincados cuando habían llegado al punto de destino.
Preguntar a los fotones
Cada vez que los detectores situados en ambas islas registraban un fotón medían su polarización y ésta era contabilizada con un bit. Un fotón polarizado en una dirección era un "1" y otro polarizado en la dirección contraria era registrado como un "0". Al superponerse ambos bits, es decir los "1" y los "0", se crea la clave de encriptación.
Es imposible robar esa clave, ya que cualquier medición llevada a cabo sobre uno de los fotones cambiaría inmediatamente las propiedades de la mecánica cuántica del otro. Por otro lado, la criptografía cuántica actual se basa en la imposibilidad de saber con certeza el estado de polarización en que se ha creado un fotón determinado.
Básicamente, lo que hicieron los científicos fue "preguntar" a cada fotón si se había polarizado vertical y horizontalmente. En todos los casos la respuesta fue aleatoria, pero debido a que los fotones estaban intrincados, la "respuesta" de ambos coincidía. Es decir, si el detector de la isla de la Palma registraba un "1", el de Tenerife registraba también un "1".
La esperanza de este grupo de investigadores, que forman parte de un consorcio europeo llamado SECOQC, es mejorar los láser y los detectores lo suficiente como para que estas claves encriptadas puedan ser enviadas desde cualquier punto de la Tierra. La mayor parte de los satélites que orbitan nuestro planeta lo hacen a una distancia de entre 300 y 500 kilómetros, por lo que consideran que este objetivo está cada vez más cerca.
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