En un ecosistema grande hay muchos factores que nos pueden confundir y el trabajo de campo puede verse confundido por muchos factores. Dos especies pueden estar emparentadas, pero están rodeadas de muchas otras que coexisten con ellas. Así por ejemplo, un depredador puede entrar en la relación y eliminar a una de las especies de la ecuación. Así que cuanto más simple y pequeño es un ecosistema mejor es a la hora de estudiar estos aspectos.
No es fácil demostrar los distintos aspectos de las teorías que tratan de explicar el hecho evolutivo. Las generaciones se suceden demasiado lentamente y no podemos ver cómo se comporta la evolución a no se que esperemos mucho tiempo. Pero los microorganismos pueden servirnos de ayuda ya que producen una nueva generación cada poco tiempo. Basta ponerlos sobre unas placas de Petri y ver qué pasa sin que nos muramos de viejos.
Ahora, Lin Jiang, del Instituto Tecnológico de Georgia en Atlanta ha realizado un experimento de este tipo para comprobar si la hipótesis de Darwin sobre la competitividad entre especies emparentadas es cierta. Como ecosistema sencillo escogió precisamente cultivos de microorganismos sencillos, concretamente protozoos entre los que había paramecios. Estos microorganismos viven de forma natural en las aguas estancadas y se alimentan de bacterias.
Jiang y sus colaboradores escogieron 10 especies distintas de protistas, algunas estaban emparentadas entre sí estrechamente, mientras que otras eran parientes lejanos. Las emparejaron en las 45 combinaciones posibles y se les puso en sus respectivos contenedores con agua y nutrientes. A estos ecosistemas artificiales se les suele llamar microcosmos.
Después estudiaron durante 10 semanas estos cultivos, tomando muestras de cada uno de los contenedores cada semana.
En ese tiempo fueron analizando la relación entre las poblaciones de las dos especies de cada caso para ver si había un dominio de una especie sobre la otra. Resultó que al final del experimento la mitad de los microcosmos contenían sólo una especie de protista.
El análisis comparativo entre el resultado y lo predicho por la teoría evolutiva según el grado de parentesco dio como resultado un fuerte apoyo a la hipótesis de Darwin. Cuanto más emparentadas estaban las dos especies más fácil que al final sólo quedara una de ellas. Cuanto más alejadas estaban desde el punto de vista genético más fácil que se mantuvieran poblaciones estables de ambas especies.
Aunque los ecólogos se han basado durante 150 años en esta hipótesis, hasta ahora no se había comprobado experimentalmente de esta manera. El estudio de Jiang es el primero en ponerla a prueba de un modo controlado en el laboratorio.
El trabajo además puede ayudar de un modo práctico. Comprender el modo en el que las especies compiten entre sí es importante a la hora de aprender a restaurar hábitats, evitar las especies invasoras, mantener los ecosistemas naturales y aumentar la diversidad de los organismos que viven en ellos.
La pregunta es si esto se puede mantener en otros grupos de organismos distintos a los microbios. Eso es algo que habrá que comprobar, pero probablemente se mantenga la hipótesis de Darwin.
No es fácil demostrar los distintos aspectos de las teorías que tratan de explicar el hecho evolutivo. Las generaciones se suceden demasiado lentamente y no podemos ver cómo se comporta la evolución a no se que esperemos mucho tiempo. Pero los microorganismos pueden servirnos de ayuda ya que producen una nueva generación cada poco tiempo. Basta ponerlos sobre unas placas de Petri y ver qué pasa sin que nos muramos de viejos.
Ahora, Lin Jiang, del Instituto Tecnológico de Georgia en Atlanta ha realizado un experimento de este tipo para comprobar si la hipótesis de Darwin sobre la competitividad entre especies emparentadas es cierta. Como ecosistema sencillo escogió precisamente cultivos de microorganismos sencillos, concretamente protozoos entre los que había paramecios. Estos microorganismos viven de forma natural en las aguas estancadas y se alimentan de bacterias.
Jiang y sus colaboradores escogieron 10 especies distintas de protistas, algunas estaban emparentadas entre sí estrechamente, mientras que otras eran parientes lejanos. Las emparejaron en las 45 combinaciones posibles y se les puso en sus respectivos contenedores con agua y nutrientes. A estos ecosistemas artificiales se les suele llamar microcosmos.
Después estudiaron durante 10 semanas estos cultivos, tomando muestras de cada uno de los contenedores cada semana.
En ese tiempo fueron analizando la relación entre las poblaciones de las dos especies de cada caso para ver si había un dominio de una especie sobre la otra. Resultó que al final del experimento la mitad de los microcosmos contenían sólo una especie de protista.
El análisis comparativo entre el resultado y lo predicho por la teoría evolutiva según el grado de parentesco dio como resultado un fuerte apoyo a la hipótesis de Darwin. Cuanto más emparentadas estaban las dos especies más fácil que al final sólo quedara una de ellas. Cuanto más alejadas estaban desde el punto de vista genético más fácil que se mantuvieran poblaciones estables de ambas especies.
Aunque los ecólogos se han basado durante 150 años en esta hipótesis, hasta ahora no se había comprobado experimentalmente de esta manera. El estudio de Jiang es el primero en ponerla a prueba de un modo controlado en el laboratorio.
El trabajo además puede ayudar de un modo práctico. Comprender el modo en el que las especies compiten entre sí es importante a la hora de aprender a restaurar hábitats, evitar las especies invasoras, mantener los ecosistemas naturales y aumentar la diversidad de los organismos que viven en ellos.
La pregunta es si esto se puede mantener en otros grupos de organismos distintos a los microbios. Eso es algo que habrá que comprobar, pero probablemente se mantenga la hipótesis de Darwin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario