Pero antes de comentar brevemente la historia de ese puente, conviene recordar que la ingeniería romana, que fue la que lo llevó a cabo, ha sido admirada a lo largo de los siglos. Tanto es así que hay por ahí bastantes puentes "romanos", que no lo son, pero a los que se ha etiquetado como tales sólo por cuestión de prestigio. La propia ciudad de Roma basaba parte de su poder en los puentes, a fin de cuentas si se quería comerciar entre la Toscana y el sur de la futura Italia cruzando el bajo Tíber, no quedaba otra oportunidad que cruzar los únicos puentes disponibles para ello, a saber, los de la Ciudad Eterna1. El asunto era tan importante para los romanos que el propio título de su mayor autoridad religiosa, el mismo heredado por los papas de hoy día, era el de Pontifex Maximus, o lo que es igual, el mayor constructor de puentes. Sobre la etimilogía del título se ha escrito mucho, llegándose a plantear que realmente los "pontífices", al menos en sus primeros tiempos, eran realmente los únicos autorizados para organizar la construcción y mantenimiento de puentes sobre el Tíber, río que era considerado como una deidad.
Más allá de la gran urbe los militares romanos eran también expertos en construir puentes. Ya fueran pequeños, al modo de pontones con diversas barcazas unidas entre sí y recorridas en su parte superior por una plataforma de madera, o grandes estructuras de madera y piedra. Los puentes militares también servían para impresionar al enemigo. A fin de cuentas, se suponía que era imposible construir un puente sobre el Rin. Bien, pues para dar en las narices a los que eso pensaban, el mismísimo César ordenó construir un puente que, según se cree, se localizó cerca de la actual Coblenza, en Alemania, donde el Rin tiene medio kilómetro de anchura. Lo más sorprendente del puente de César sobre el Rin fue la velocidad de construcción. En apenas diez días los legionarios construyeron una maravilla de la ingeniería digna de ser recordada, solo que, cumplida la función de propaganda y los objetivos militares, la obra que no había sido pensada para durar fue desmontada sin dejar huella.
Mucho tiempo después, a principios del siglo II d.C. el emperador Trajano, de origen hispano, decidió llevar al Imperio Romano a su máxima expansión. Conquistó la Dacia, que andando el tiempo vendría a coincidir con la actual Rumanía. Y, de nuevo, un río se interponía en su camino, en este caso se trataba del Danubio. No hubo tampoco en este caso temor a llevar a cabo la obra. Trajano encargó al célebre arquitecto e ingeniero Apolodoro de Damasco la construcción del puente al este de la garganta de las Puertas de Hierro. Nadie antes había sido tan osado como para levantar un puente sobre el Danubio y nadie más lo volvió a intentar en muchos siglos, es más, nadie pudo superar esta hazaña de la ingeniería a lo largo del primer milenio de nuestra era. Cuando Roma se retiró de la Dacia, el puente fue parcialmente desmontado, pero sus restos siguieron desafiando el tiempo hasta llegar, aunque sea escasamente, a nuestros días. En el siglo XIX se destruyeron los restos de los pilares para facilitar la navegación fluvial por el gran río europeo.
Las medidas del puente lo dicen todo, con una imponente colección de veinte pilares de ladrillo y piedra de 20 metros de lado y hasta 45 metros de altura sobre los que una compleja plataforma de madera y metal permitía el paso veloz de los ejércitos. Cada arcada tenía más de 50 metros de longitud sumando un total que superaba el kilómetro y cien metros para saltar los 800 metros que tiene el Danubio en el lugar donde fue levantado el puente. A casi 20 metros sobre las aguas, la plataforma con 15 metros de ancho era capaz de soportar el paso de hombres y máquinas de guerra sin queja alguna.
Apunte adicional: Quiero aprovechar esta breve nota sobre ingeniería romana para recomendar un recurso en la red que considero como de las más importantes a este respecto. Se trata de TRAIANVS, el portal europeo de ingeniería romana, una maravilla de visita obligatoria para los interesandos en la historia de Roma y, en general, en la historia de la tecnología. Requiere registro para acceder a los artículos, pero es gratuito.
Más allá de la gran urbe los militares romanos eran también expertos en construir puentes. Ya fueran pequeños, al modo de pontones con diversas barcazas unidas entre sí y recorridas en su parte superior por una plataforma de madera, o grandes estructuras de madera y piedra. Los puentes militares también servían para impresionar al enemigo. A fin de cuentas, se suponía que era imposible construir un puente sobre el Rin. Bien, pues para dar en las narices a los que eso pensaban, el mismísimo César ordenó construir un puente que, según se cree, se localizó cerca de la actual Coblenza, en Alemania, donde el Rin tiene medio kilómetro de anchura. Lo más sorprendente del puente de César sobre el Rin fue la velocidad de construcción. En apenas diez días los legionarios construyeron una maravilla de la ingeniería digna de ser recordada, solo que, cumplida la función de propaganda y los objetivos militares, la obra que no había sido pensada para durar fue desmontada sin dejar huella.
Mucho tiempo después, a principios del siglo II d.C. el emperador Trajano, de origen hispano, decidió llevar al Imperio Romano a su máxima expansión. Conquistó la Dacia, que andando el tiempo vendría a coincidir con la actual Rumanía. Y, de nuevo, un río se interponía en su camino, en este caso se trataba del Danubio. No hubo tampoco en este caso temor a llevar a cabo la obra. Trajano encargó al célebre arquitecto e ingeniero Apolodoro de Damasco la construcción del puente al este de la garganta de las Puertas de Hierro. Nadie antes había sido tan osado como para levantar un puente sobre el Danubio y nadie más lo volvió a intentar en muchos siglos, es más, nadie pudo superar esta hazaña de la ingeniería a lo largo del primer milenio de nuestra era. Cuando Roma se retiró de la Dacia, el puente fue parcialmente desmontado, pero sus restos siguieron desafiando el tiempo hasta llegar, aunque sea escasamente, a nuestros días. En el siglo XIX se destruyeron los restos de los pilares para facilitar la navegación fluvial por el gran río europeo.
Las medidas del puente lo dicen todo, con una imponente colección de veinte pilares de ladrillo y piedra de 20 metros de lado y hasta 45 metros de altura sobre los que una compleja plataforma de madera y metal permitía el paso veloz de los ejércitos. Cada arcada tenía más de 50 metros de longitud sumando un total que superaba el kilómetro y cien metros para saltar los 800 metros que tiene el Danubio en el lugar donde fue levantado el puente. A casi 20 metros sobre las aguas, la plataforma con 15 metros de ancho era capaz de soportar el paso de hombres y máquinas de guerra sin queja alguna.
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