Y qué queja entonces en boca del lar, una noche
de largas lluvias en marcha hacia la ciudad, removía
en tu corazón el oscuro nacimiento del lenguaje:
"...De un luminoso exilio -y más lejano ya que la rodante tempestad
-¿cómo guardar las vías, ¡oh Señor!, que me habíais entregado?
"...¿Sólo me dejarás esta confusión de la noche,
después de haberme, en un tan largo día, nutrido con la sal de tu soledad,
"testigo de tus silencios, de tu sombra y de tus grandes gritos? "
-Así te quejabas, en la confusión de la noche.
Pero bajo la oscura ventana, ante el lienzo de muro frontero,
cuando no podías resucitar el esplendor perdido,
abriendo el Libro,
paseabas un desgastado dedo por sobre las profecías,
y luego, fija la mirada en el espacio, esperabas el instante de la partida,
el levantarse del gran viento que te desellaría de un golpe,
como un tifón, partiendo las nubes ante la espera de tus ojos.
Versión de Jorge Zalamea Borda
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